Un año después: en Darfur, una comunidad levantada de las cenizas
© UNICEF/Sudan/2017/Lehto |
Los espacios amigos de la infancia proporcionan a los niños la oportunidad de jugar y recuperarse. |
Por Heidi Lehto
SORTONI, Sudán, 25 de mayo de 2017 – “El campamento de Sortoni es un como un barrio de chabolas amontonadas en pleno crecimiento. UNICEF, como parte del primer equipo humanitario interinstitucional que ha venido a evaluar la situación, se abre paso entre el laberinto de familias, de niños que buscan comida entre la basura, de burros y, en ausencia de instalaciones, de campos en los que se defeca al aire libre. Sin embargo, se trata de un valle que no está preparado para una afluencia de estas dimensiones. No tiene clínicas, escuelas, zonas donde los niños puedan jugar, refugios ni tampoco expectativas. Todas las miradas están puestas en nosotros; son palpables las esperanzas de que respondamos a una emergencia humanitaria que se intensifica de manera alarmante.
Escribí estas palabras en febrero de 2016. UNICEF y otras organizaciones humanitarias acababan de obtener acceso al asentamiento aislado del norte de Darfur para evaluar la asistencia que necesitaban los miles de personas desplazadas por la crisis que había en Jebel Marra.
Solo en el norte de Darfur se desplazaron más de 100.000 personas, de las cuales, más del 90% eran mujeres y niños.
Sortoni es uno de los asentamientos temporales nacidos de la crisis y acumula a 21.500 personas desplazadas de decenas de pueblos.
El asentamiento cumplió un año en febrero de 2017, y merece la pena celebrarlo.
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Unas mujeres hacen cola en un punto de agua establecido con la ayuda de UNICEF. |
Construir un hogar
A simple vista, es posible que Sortoni no llame la atención por ser un refugio en el que reine la seguridad o la plenitud, pero ha mejorado mucho con el tiempo. El caos de débiles tiendas de campaña se ha convertido en un núcleo dinámico de gente.
Para quienes huyen de la devastación, Sortoni es sinónimo de vida. No es una vuelta a la normalidad, pero a pesar de las dificultades, los residentes de Sortoni han creado una comunidad. Vendedores callejeros, ladrilleros, una mezquita, escuelas, clínicas y colas para recoger agua (que también son el lugar de encuentro de mujeres que hacen intercambios a diario) son algunos de los elementos que conforman la cotidianidad.
La comunidad abre sus puertas a los extranjeros y los niños los llevan de la mano hasta sus zonas de juego favoritas. Ver el entusiasmo con el que miles de niños corren a la escuela al amanecer es, con bastante seguridad, una de las escenas más reconciliadoras que uno pueda imaginar.
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Sortoni en febrero de 2016, en el peor momento de la emergencia. |
Aprovechar las oportunidades
En este pueblo improvisado con chabolas con tejados de paja y un laberinto de callejones hay más de 6.000 niños en edad escolar. Siempre atentos y entusiasmados por aprender, absorben cada palabra que los profesores les enseñan en aulas abarrotadas. Después de las clases, los niños se sientan en el patio de la escuela bajo el sol abrasador, impávidos y determinados a asimilar tanta información como les sea posible.
El papel de Al Fadil, profesor voluntario, no solo consiste en enseñar a los niños lo que está programado, sino también en otorgarles las destrezas necesarias para la vida. Durante el día, enseña a los niños. Por la noche, da clases a grupos reducidos de adultos.
Como un desplazado más, él sabe lo difícil que resulta pasar de la vida de un pueblo pequeño a la de un lugar lleno de gente. “Cuando aprenden historia, los niños se familiarizan con el pasado y eso les enseña a entender por qué suceden las cosas. Es importante animarlos, necesitan seguridad”, afirma.
Pese a todo, los niños de Sortoni se aferran a cualquier oportunidad que encuentran para labrarse un futuro. Daranaim, de 17 años, ha comenzado a estudiar en la escuela de niñas, que, junto con la de niños, proporciona educación a más de 5.500 alumnos. Está en el segundo curso y muchas de sus compañeras tienen menos de ocho años.
“En el pueblo donde yo vivía solía ayudar a mi madre en la granja. Vivíamos bien hasta que empezó el conflicto. Los pueblos eran seguros. Yo ni siquiera era consciente de que debía estar estudiando”, asegura. “Cuando construyeron las escuelas, me di cuenta de que era mejor quedarnos aquí [en Sortoni]. La educación es importante, pero yo antes no lo sabía. No sabía ni tan siquiera escribir mi nombre. Ahora estoy aprendiendo. Debemos educar a nuestros hijos. Yo quiero ser profesora para enseñar a los demás a leer, a hacer cálculos y a cantar canciones tradicionales en fur, para mantener viva la lengua”.
La fuerza de una comunidad
“Shuweya shuweya”, poco a poco, los desplazados de Sortoni se hacen un camino de vuelta a la normalidad y van reconstruyendo sus vidas. A veces, es tan sencillo como saltar a la cuerda o jugar al fútbol. Cantan para mantener vivas sus historias y sus recuerdos colectivos. Por las noches, las colinas están iluminadas por pequeñas hogueras que dan luz a las familias, que se reúnen para recitar versos, cenar y contarse lo que han hecho durante el día.
Aunque UNICEF fue una de las primeras agencias que respondieron a las peticiones de asistencia humanitaria, los esfuerzos más intensos fueron los de los residentes del campamento: las madres que cuidaban de niños a los que habían encontrado huyendo solos; los líderes de la comunidad que, de forma voluntaria, buscaban a personas perdidas y reunían a las familias; el esfuerzo colectivo para establecer el orden en medio de una emergencia que había desenredado los tejidos de la sociedad.
Puede que Sortoni sea un asentamiento temporal, pero constituye un firme recordatorio de la resistencia y la fuerza de una comunidad decidida a construir un futuro mejor para sus niños.
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Lea la historia de Heidi Lehto de 2016 En Jebel Marra, Sudán, los niños llevan las llaves de las casas de donde huyeron
>> Aquí puede saber más sobre la labor de UNICEF en Sudán
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